[Ella era como una cama recién hecha, daba pudor meter mano y desarmarla]
I
- Creo que te lo dije una
vez,
Una vez, sí.
Ya no espero al destino, María.
Creo en que las cosas que nos suceden ocurren por lo que hacemos. Por los pasos que damos, por los tropiezos.
Creo en que las cosas que nos suceden ocurren por lo que hacemos. Por los pasos que damos, por los tropiezos.
No dejes que te sorprenda el
destino –si es que existe-, María, sorprendelo a él.-
- Será que sos un tipo que
apuesta a no dejarse llevar, sino,
a llevarse todo -
-Nunca me llevaría todo,
no.
Sólo lo que quiere irse
conmigo-
II
Sentado estaba en una mesa de madera, en un viejo bar cerca de los
tribunales de Buenos Aires, esperando a María. Ella trabajaba de recepcionista
en un estudio jurídico. Ella se vestía bien.
Había pedido un café con leche. La taza latía aquel humo del reciénhecho. Siempre prolongaba ese momento -disfruto del
calor que va apagándose lentamente, ese vapor que avanza extinguiéndose entre
los filamentos del aire- . Miraba los cuadros que sobre la pared estaban:
caballos de carrera, cantores de tangos, bandoneones, actrices que jamás había
visto.
- ¿Tiene algo para comer? – dijo un niño, de quizás seis, siete años, que había entrado
por la puerta principal del bar. Era pequeño, tenía una remera que una vez fue amarilla.
Bebía de una botella de cocacola que tenía su líquido por la mitad. Tenía la
botella entre sus manos, la cuidaba, era su tesoro.
“Qué puedo hacer, pibe, qué vamos
a hacer” decía el bolichero, el viejo que manejaba el bar. “Vamos pibe, que vamos a hacer” - . El niño no le contestaba,
lo miraba, si, pero no le decía nada. Quizás todos le dicen lo mismo a los
niños de la calle. Quizás nadie les habla, en verdad, a los niños de la calle.
El viejo le dio al chico, entonces, un sándwich de jamón y queso
en pan de pebete, que envolvió en una bolsita de papel marrón. “No te lo comas vos solo, es muy grande, tenés que compartirlo pibe”.
El niño sonrió, tomó la bolsa y sonrió. El viejo me miró desde el fondo de la
barra y declamó hacia el techo del bar: ¿Dónde está Cristina? ¿Dónde
están las cámaras, pibe?; levantó sus brazos y dijo, “¿qué vamos a hacer con
todo esto, pibe?”
María entró cuando el niño estaba saliendo del bar.
III
Ya no creo en los viernes
a la tarde, María.
Me has hecho no creer más,
en los viernes por la
tarde.
Sólo nos resta creer en
aquello aún intangible,
en los calendarios de
cocina y los años bisiestos.
Sólo nos resta,
creer.