-[Obertura]-
Ha pasado un tiempo. He pisado otras tierras del mondo
carne, he bebido de otras aguas, otras sangres. Luego de este largo rato, me
reencuentro con ustedes, los abrazo desde aquí.
V
Volvía de Ituzaingó, sobre el tren de metal y vidrio molido. Era un domingo a la madrugada, estaba bastante colmado el vagón a pesar de la hora temprana. Enfrente de mí, una joven madre estaba sentada junto a su crío en brazos. Se sobresaltó frente a un sonido agudo que provenía de su cuerpo. Con la mano derecha tomó su celular del bolsillo de su pantalón y -con dificultad, debido al niño que cargaba en sus brazos- levantó la tapa del artefacto. “Te amo mucho” brotó de la pantalla. La tipografía era grande, me permitía leerla desde una distancia considerable.
La mujer digitó, entonces, sobre el teclado un “tengo muchas ganas de verte”, que apareció luego por encima
de la pantalla del aparato. Cerró la tapa con el dedo índice y cobijó entre sus
manos al celular. Le dio un beso en la frente al niño que tenía sobre su regazo
y le acomodó las ropas. No quiero que tomes frío,
le dijo. El niño le respondió con una mueca inefable, de aquellas que sólo
pueden esbozarse cuando no te has manchado aún con las palabras, cuando lo
único que puede fraguarse es el sentir.
¡Oh, el mondo carne! Quizás, la imitación animal y el
ansia de ser un ser (humano) haya provocado que la primer palabra del niño fuera
Morón. Tal vez, aquel niño haya aprendido a escribir
con las manos, luego de años de mensajes de texto. Acaso, su madre ya no lo
cobije entre sus brazos, quizás el niño ya no sea niño y ya no sonría más.
.
.
H
Ha dejado ya de
ser larva. Aún restan trocitos de hierbas tiernas en su paladar, los digiere
con lentitud. Apelotonó filamentos de su seda más densa, y -con cuidado
milimétrico- embadurnó su cuerpo con
ella. Está a resguardo del exterior, de aquel que lo confinó a esa jaula delicada.
La pupa siente
crecer alongadas extremidades en su cuerpo. Sus oscuros pensamientos, sus
miedos más profundos son interrumpidos por el brote de dos grandes membranas
por sobre su espalda. Sus órganos son reabsorbidos lentamente mientras la pupa
se pregunta sobre cómo será el desplazarse por el aire. Su joven cuerpo de
oruga es rumiado por su carne en mutación. Le han contado del mundo del aire,
del éter gaseoso, le han contado todo aquello que tanto la asusta y tanto la seduce.
Un capullo
turgente, abre sus pequeñas esporas. Una brisa suave peina las partículas de ese
rocío vegetal. Su cuerpo ya es demasiado
grande para aquella pequeña crisálida, ha llegado el momento de la eclosión. Instintivamente, extiende su
lengua y excreta un líquido que licúa el capullo. Puede ver, ahora puede
ver por la hendija que va formándose en la pared tejida. Puede dilatar sus alas
por vez primera. Jamás volveré a arrastrarme por el suelo,
se repite, entonces, para sus adentros, jamás volveré a arrastrarme.