viernes, 30 de abril de 2010

Y que ningún pasado merece ser la noche del sueño que no fue




Hube de dar el pecho cuando había que sopesar al corazón en la báscula. Me equivoqué, bueno, otra vez la apoteosis habrá de ser; poneme cero al as, los dados hoy no destellan en mi tierra.

Cuando su cuerpo estaba frío, distante, me dispuse entonces sobre el suelo y medí con una regla la distancia: treinta, sesenta, noventa centímetros; tres, cinco metros, unos cuantos kilómetros; qué razón tenías morocha, lo nuestro nunca fue nuestro, el amor no puede estirarse tanto.

Un número de teléfono que pronto vas a olvidar. Sin el prefijo.

Siempre habrás de estar, de alguna manera vas a hacerlo.  Y es que aún resta lo natural, lo que de humano aún me zafa la sopa. Entre el cartílago y la carne está lo irracional, lo desquiciado, el sentimiento sin lógica. Esa hermosura, la de lo que nunca fue, la exuberancia del presente eterno, la del futuro en cuero con ella en la almohada.

Me quedo con eso, con lo único que me queda de piel, de sangre. Con la exigua inmensidad que el espejo me habrá de devolver, en monedas de a 10, de a 5 centavos. Y como no creo en las coincidencias, abro el diario y  transcribo la última frase que leí, en el diario de la jornada:

“Hay cosas que no cambian. Nos sostienen porque no cambian. O quizá es simplemente que no cambian para que no nos vengamos abajo.”
– J. Forn – Página 12 -

lunes, 12 de abril de 2010

Al tacho


Origin ---> http://www.youtube.com/watch?v=dOCZFChafOQ


Separó la mano de su cintura, mirándola a los ojos. Luego, la levantó horizontalmente, perpendicular a su cuerpo, y atinó a elevar la cabeza para indicarle al tacho que se aproximaba, que él lo estaba llamando. El taxi le hizo luces, lo había visto.





- ¿Venís conmigo, no?, le preguntó.

- No, trabajo a la tarde, no puedo - contestó, arrastrando la última vocal, transfigurándola en una “u”, masticada mediante un gesto simpático, que la hacía ver como una mujer aniñada, una nena mujer.

- Dale, vení conmigo, no creo que haya de nuevo una vez como esta – relojeó al auto bicolor, que se aproximaba lentamente.

- ¿Otro día, si?, porqué apurarnos si ya habrá otra oportunidad. Ahora me están por cambiar los horarios del laburo y así podríamos vernos más fácil, sin tener que chamuyarla tanto, no me gusta mentirle a Germán, ¿otro día, dale?

- No creo que haya otro día

- Que exagerado que sos – la sonrisa, perfecta, que antes colgaba de su tez de princesita, se volcó en una mueca vacía, como un vaso de vino que cae y mancha la inmensidad, extendiendo su mácula irremediable por encima del mantel antes diáfano, límpido.

- ¿Por qué estarías tan segura de ello? – cerró la boca e hizo ese gesto que ella tanto odiaba, ese guiño soberbio de pendejo imposible, inmaduro. Esos gestos que la hacían sentir una nena y que tanto aborrecía porque le demostraba lo ficticia que era su madurez de algodón, de lo artificial de su vida universitaria y trabajo temporal de pubertad.

- No lo sé – dijo ella, despegándole los ojos. Se aproximó taqueando al taxi que se había detenido y le dijo por la ventanilla al tachero que siguiera camino, que nadie habría de subirse al coche. El tipo insultó algo y se fue.

Ella tenía veneno, aún. No esperó a digerirlo:

- Por algo te dejó Florencia, sos un pendejo –

- ¿Qué sabés vos de Florencia, qué sabés de toda la mierda que hubo de pasar, qué sabés vos, Paula? – dio unos pasos hacia atrás, barajó tomarse el palo ahí mismo. No tenía ganas de revivir muertos, un sepelio sin salida, un domingo a la madrugada.

- Lo suficiente, sé lo suficiente – miró a sus amigas, les hizo una seña de que la esperaran, - un minuto más - , les dijo. – Perdoname, no tiene nada que ver, me zarpé, perdoname – tomó su mano y lo mordió despacio con los ojos, cómplice - Es que a veces sos tan insoportable – .

Ella lo abrazó sin demasiada fuerza. No se dijeron más nada y se tomaron las manos. Fatigados, se unieron a los demás, que los esperaban en la esquina de Scalabrini Ortiz.